Soy filósofa de mi propia existencia, es decir, poetisa
Soy filósofa de mi propia existencia, es decir, poetisa

Amor incondicional: asesinato del ego, actitud animalesca y animales maestros

A pesar de lo que algunos piensen, lo que publico en mis redes sociales y en mi página web no es postureo espiritual. Las reflexiones compartidas de otras personas, Maestros, resuenan conmigo y sé que son ciertas; escucho a mi intuición y algo inexplicable lo verifica en mi alma, aunque todavía no las haya llevado a la práctica. A las conclusiones de mi autoría he llegado por mí misma mediante la experiencia, no solo desde la frialdad mental, ni la pasión emocional: nuevamente la intuición confirma.

Estamos en este mundo para experimentarnos a nosotros mismos. Somos una parte del todo y ese todo sería incompleto si alguno de nosotros faltara. “Somos diminutos en comparación al cosmos”, sí, pero a menudo olvidamos que formamos parte de él y, aún más, lo llevamos en nosotros y él nos lleva a nosotros. “No somos nada”, no: somos todo y todo es nosotros. Estamos unidos y olvidamos esto gracias a uno de los mecanismos más inherentes y destructores del humano: el ego.

¿Qué es el ego? Cada una de las máscaras que nos ponemos que oculta el ser que realmente somos. Fragmenta la luminosa esencia que ama libre: orgullo, ira, celos, lujuria, rencor. El ego nos distancia de los valores que en alguna parte muy profunda de nuestro interior se esconden y no pueden brillar: dignidad, fortaleza, tolerancia, creatividad, compasión. Los valores que en el fondo tenemos y por miedo no queremos mostrar y por precaución descuartizamos.

¿Y qué es el miedo? Él es el mayor de los egos, es el ego-raíz. Gracias a este dios en el que ciegamente creemos, tenemos conflictos los unos con los otros: desconfiamos, porque los otros también desconfían, jodemos, porque los otros joden… O simplemente estamos a la defensiva, alerta, porque siempre puede venir alguien a dañarnos. La mentalidad es no dejar salir a la luz nuestros valores por temor a que nos hieran y protegernos preventivamente atacando de manera activa o pasiva con nuestras máscaras: con indiferencia, reproches, o venganza. Veneramos esta autoprotección, pensándonos vulnerables por ser lo que realmente somos. Y justamente esto es lo que nos hace vulnerables: el miedo, el ego que no nos deja darnos a luz, que nos impide el amor incondicional.

Yo no he aprendido qué es el amor incondicional hasta la edad adulta. No lo he aprendido con ni de otros humanos, sus egos han dado muchos quebraderos de cabeza a los míos. Sin embargo, mis animales han sido mis grandes Maestros. Mis gatas. Ellas me han dado todo sin esperar nada a cambio. Aun cubriendo sus necesidades básicas, me piden algo más que no tiene precio, aun estando ellas juntas, eligen estar conmigo y solicitan más de mí: cariños, mimos, amor. Lo que no saben, es que, al pedírmelo, me lo están dando multiplicado por mil. Por naturaleza los animales no tienen ego. No deben luchar contra algo que no les es inmanente. Son libres y en esa libertad aman. Pero las personas somos presas de nosotras mismas, de nuestros cuerpos, emociones y mentes y de todo el constructo egoico en el que somos concebidas y criadas.

Ahogada en tanta racionalidad humana, las lecciones de los animales son de una esencia tan pura como verdadera. Tal vez deberíamos ser animalescos a la hora de asesinar nuestros egos, al igual que un gato caza a un ratón. En su mundo no hay bueno o malo, tan solo cuestión de supervivencia. ¿Deseamos nosotros vivir o morir? ¿Preferimos que nuestros egos nos vivan e imaginar que vivimos a través de ellos, o mejor nos parimos de una vez, nos alimentamos y erradicamos de nuestra vida lo que nos sea letal? Sí, sé lo difícil que es esto y tal vez nunca lo consiga en esta vida, pero lo seguiré intentando. Mientras tanto, continuaré compartiendo las reflexiones ajenas o propias que sienta verídicas, no me las voy a guardar para mí sola.