Soy filósofa de mi propia existencia, es decir, poetisa
Soy filósofa de mi propia existencia, es decir, poetisa

Las Floristas de Santander asesinaron a mi gata

Una de mis gatas murió envenenada por el herbicida de una planta que compré en la floristería santanderina “LAS FLORISTAS”, así en mayúsculas y todo, como la mayúscula mierda que venden. Traje la planta “no tóxica para gatos” un miércoles y al miércoles siguiente mi gata murió convulsionada, habiéndose vomitado y meado encima, con las orejas amarillas, los ojos muy abiertos y las pupilas completamente cerradas. La muerte es desagradable. Ella todavía me esperó a que fuera a visitarla para morir. Me dejaron entrar a verla justo cuando acababa de morir, pues habían estado intentando reanimarla, pero no fue posible. “Tuvo que ser alguna clase de herbicida”, dijo el experimentado veterinario. Todavía movió una pata trasera: “No, eso son espasmos post-mortem. La gata ya está muerta”. Su cuerpo seguía caliente. Mi taquicardia hacía que su cadáver pareciera seguir latiendo. A medida que pasaban los minutos, las diminutas rayas de sus pupilas se iban dilatando: la relajación del descanso final.

La vida es desagradable. La muerte lo es más.

Yo no tenía ni idea de que se permitieran vender plantas con herbicidas tan fulminantemente letales. Pensé que esto de los venenos legales que digerimos y respiramos solo nos asesina despacito. Sin embargo, parece que sí se permite exponer tan alegremente estas armas letales, a no ser que esto sea ilegal y el vendedor de la floristería fuera una pobre víctima más…

El fatídico día en que me percaté de este establecimiento y me atreví a entrar traería la semilla de la muerte para mi gata Arcki

No serviría de nada seguir consumiendo plantas ciegamente y lavarnos las manos al lavarlas a ellas: los tóxicos están tan penetrados en su interior como le invadieron el organismo a mi gata Arcki, que solo pudo liberarse del veneno trascendiendo su cuerpo. Ella no estaba acostumbrada a un medio tan agresivamente perjudicial y hostil como el que nos rodea en la vida diaria. Ella no salía de casa y fue tan inocente, que le dió por probar la embellecida planta envenenada desde la raíz de su existencia por humanos. Planta casi mutante, otra víctima, al igual que la fruta mutante y la verdura mutante y los cadáveres mutantes que consumimos y nos vuelven a nosotros mutantes también, lentamente y sin apenas percibirlo.

La vida es desagradable. La muerte lo es más.

Fui a la tienda cuando mi gata aún estaba ingresada y le pregunté al dueño si lo que me había vendido era tóxico para los gatos. Dijo que no. Le pregunté también si llevaba algún herbicida y, con su tono resabido, me contestó que ellos no pueden vender nada que lleve sustancias peligrosas. Como si fuese tan evidente. Evidente es que mintió o que no sabía lo que vendía. A pesar de esto, la verdadera solución no es vetar una sola tienda, una sola floristería en Santander, “LAS FLORISTAS”, sino que este asunto viene desde arriba. De cuán arriba no lo sé. ¿Del vendedor? ¿Del distribuidor? ¿Del Ministerio de Agricultura de España? ¿De Monsanto? ¿A quién denuncio yo? ¿Lograría algo sola? ¿Vale de algo una denuncia archivada? ¿Me pueden recompensar la pérdida de mi ser querido? “¿Cuánto cuesta moralmente ‘un gato’?” Para mí mi gata vale infinito. Solo me queda su recuerdo, pues no podré volver a disfrutar de su preciosa compañía, ni de sus juegos, ni de sus cariños, ni de sus particularidades, ni de sus costumbres, ni de la pureza de su mirada. Todo queda atrás. Ya no puedo volver atrás e impedir que se fuera. Pero puedo compartir mi experiencia con el fin de que alguien más impida una nueva desgracia.

La verdadera solución es la conciencia. Es evitar tanto consumismo, comprar orgánico, biológico, invertir en adquirir lo necesario y bueno para la vida. Compromiso con uno mismo y el entorno. Perseverancia. Más calidad y menos cantidad. A ser posible, tener tu propio huerto. En la ciudad esto es difícil, no solo por el espacio, sino por el tiempo.

Somos máquinas mutantes y nos han creado así. Pero podemos tomar conciencia de ello, aprender de ello y reaccionar: evolucionar. La evolución es la revolución pacífica. El odio no es la solución, es parte del veneno que nos imponen. A pesar de ello, me siento tan tóxica ahora.

Que le jodan al puto sistema. Pero que le jodan suavecito y despacito, casi imperceptiblemente, como permitimos que él nos envenene a nosotros por nuestra falta de conciencia y de acción. Que le jodan con mucha conciencia. Con el amor. Con el acto de amor hacia nosotros mismos, hacia nuestro naturalmente verde y azul planeta, hacia sus naturalmente racionales animales, hacia nuestros seres queridos, hacia ti, hacia mi inocente bebé Arcki, que desde el otro lado me está dando esta lección. Si todos hiciésemos algo, un poco… Muchos pocos sumarían a lo grande.

La muerte es desagradable. La falta de conciencia y de acción mucho más.